Nadie lo votó a Milei (*)

Al igual que a Juan Domingo Perón y Carlos Menem, a Javier Milei nadie lo votó tampoco. Un verdadero enigma.

Alerta de spoiler: esta nota puede ofender la moral de peronistas y libertarios fanáticos. Si te sentís parte de algunos de esos dos campamentos, prepárate un buen té de valeriana antes de esta lectura.

La primera palabra clave es tabú. Por cierto, uno que no es inédito. Al igual que a Javier Milei, tanto a Juan Domingo Perón como a Carlos Menem nadie los votó tampoco. Una mayoría de argentinos pueden estar tranquilos con sus conciencias. Ningún compatriota colaboró para que ambos ganaran elecciones hasta con el 62% de los votos.

Hora de eliminar la reelección presidencial (*)

La idea y el debate pueden sonar alocados, pero en ocasión del cumplimiento de los 40 años de democracia, no podemos perder de vista los resultados generados por un sistema que no conoció en Argentina más que interrupciones permanentes.

“Te apuesto un champán francés a que Cristina no buscará su reelección”. De más está decirlo, perdí por goleada esa apuesta con un colega. Corrían los primeros días de junio de 2011 y mi expresión de deseos tenía una explicación muy sencilla: el kirchnerismo había desatado una suerte de guerra civil con la resolución 125, en mayo de 2008, y a partir de allí, una serie de iniciativas que dejarían huellas sociales y políticas profundas.

Entre otras, la llamada ley de medios, la estatización de las AFJP, la asignación universal por hijo, la estatización de Aerolíneas Argentinas y la ley de primarias abiertas, simultáneas y obligatorias (Paso).

Llegó la hora del escarmiento (*)

La nueva administración nacerá con el mismo desafío que Kirchner en 2003: construir legitimidad de ejercicio con una legitimidad de origen floja de papeles.

El domingo no será el primer capítulo sino apenas el tercer capítulo de la saga.

De hecho, esta película arrancó con el proceso electoral de 2015 que no consagró a Mauricio Macri presidente sino, por el contrario, escarmentó a un kirchnerismo que ya había empalagado con sus cadenas oficiales, sus demonizaciones, su dedito castigador en alto y, lo peor de todo, una solemnidad que estaba convirtiendo a la Argentina en un museo de cera de un setentismo caricaturesco que había elevado a héroes a un sinnúmero de cachivaches.